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Tuvieron que enfrentarse desde la niñez en sus países a una sociedad que los condenó a muerte por su identidad de género. Hoy residen en Navarra y sus voces e historias recuerdan que ser lesbiana, gay, bisexual, trans o intersexual en muchos países se castiga. Aunque la Convención de Ginebra no recoge explícitamente la orientación sexual como formas de persecución para la concesión del asilo, sí recoge el supuesto de persecución por pertenencia a un grupo social. Según la Memoria Anual de la Fiscalía las condenas por odio contra el colectivo LGTBI han aumentado en 2022 un 25%. Pues bien, la ministra del Interior británica ha dejado claro en Estados Unidos que ser gay y estar perseguido “no es suficiente” para recibir asilo. Y ha pedido un cambio en el sistema de asilo y el multiculturalismo.
“Existimos. Somos así. Pero no nos aceptan”. Nour, 21 años, es la primera persona que recibe en la oficina de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Pamplona. Camisa lila, gafas con montura de pasta estilo vintage que se deslizan por la nariz, melena a medio lado, gesto serio. Habla por teléfono y anota algo en un cuaderno. “Perdona, estoy un poco nerviosa”, se sincera, al atender al periodista en un castellano perfecto. Sobre el dorso de la mano izquierdo se ha tatuado alfabeto japonés. “Eres un ángel”, traduce Nour, que habla cuatro idiomas. A su espalda, cuelga de la pared un cartel que recuerda a la visita que se encuentra en un “espacio libre para ser, sentir y amar”.
Nour significa luz y esperanza en árabe. Apelativos con los que se identifica desde que fue consciente de su sexualidad en el país en el que nació, Marruecos. Desde que comprendió, con apenas 14 años, quizá antes, que todo lo que hacía estaba mal por ser quien era. Por su identidad. Por ser una niña trans. Y se aferró a este nombre, Nour, y tiró de cada letra con coraje. Cada gesto suyo, cada aliento cotidiano, implicaba un acto heroico. En un país que castiga la transexualidad con pena de cárcel, ser valiente y consciente, llegar al final del día viva, era una encrucijada personal compleja. Actuaba de manera heroica cuando robaba la falda a su hermana y se la ponía al entrar al colegio, o cuando se maquillaba o se dejaba melena...
“Recibía palizas e insultos a diario, en el colegio, en la calle... Y en Marruecos nadie te protege. La policía, incluso, me detenía a mí si les llamaba. Así que opté por no llamar más y volver a casa ensangrentada. Mis padres no me aceptaban pero creo que trataban de protegerme”, prosigue Nour. “Me siento tan orgullosa de cómo lo afronté. Lo volvería a hacer. Me volvería a dejar el pelo largo, a maquillarme, a ponerme la falda de mi hermana...”. En definitiva, a no rendirse. “Las personas como yo luchamos contra toda una sociedad que te rechaza, insulta, agrede, incluso te atan e inyectan testosterona, tal y como hicieron conmigo. Marruecos es un infierno para el colectivo LGTBI”. Nour habla mientras alza una mirada imponente que se eleva hasta alcanzar los casi dos metros de altura. “1.95 cm”, puntualiza, posando para el fotógrafo a cara descubierta, sin miedo, como lo ha hecho siempre.
El día de la entrevista la Memoria Anual de la Fiscalía ha publicado que en este país las condenas por odio contra el colectivo LGTBI han aumentado en 2022 un 25% respecto al año anterior.
¿Siente miedo ahora?
No. Creo que el trabajo de Amaia, la psicóloga de CEAR, ha sido clave. Desde que vine ha sido mi acompañante en el proceso de mi cura. Hemos salido juntas por Pamplona para comprobar el ambiente. Gracias a ella he conseguido la confianza que necesito.
¿Qué recuerda de su primera vez en Melilla?
La primera vez que logré entrar en Melilla tenía 17 años. Siendo un caso muy complicado me dieron la oportunidad de ir al centro de menores y acepté. Pero luego cambiaron de opinión porque podía ser peligroso y tuve que volver a Marruecos. Me aconsejaron esperar allí hasta cumplir los 18. (Un año en el que se jugó la vida). El día de mi cumpleaños regresé a Melilla. No tuve que dar explicaciones a la hora de solicitar el asilo porque circulaba por las redes un vídeo en el que me agredían porque me había puesto una falda y me insultaban. Me arrancaron el pelo.... Así que me llevaron a un Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) en la ciudad y tuve que esperar diez meses por los papeles.
¿Cómo es uno de estos centros?
Una cárcel. Se podía salir desde la ocho de la mañana hasta las once y media, pero yo prefería estar dentro porque era menos peligroso. Fuera siempre pasan “cosas” . Solo salí una vez, para recoger el pasaporte, ir al puerto y emprender una nueva vida.
¿Cuándo supo que estaba viviendo en un infierno?
Creo que fue a los 14 años. Estaba claro desde que nací era una chica trans. Todo lo que hacía estaba mal.
¿Y en casa?
Mis padres no me aceptaban pero trataron de protegerme. Tenía más libertad. Me pedían que no saliese a la calle maquillada para no sufrir agresiones.
¿Cómo era su día a día?
Muchas veces, de camino al colegio, si tengo que ir en taxi no me paraban. Si montaba en el autobús, la gente se oponía a que subiese o se bajaba. Los insultos y las agresiones se volvieron muy cotidianos. Había normalizado el dolor.
Y un día decide ponerse una falda para ir al colegio.
Sí (ríe). Creo que fue con 15 o 16 años. Me vestí con una falda de mi hermana mayor. En el colegio vestíamos con uniforme, salí como siempre, vestido de chico y cuando llegué me cambié. Sabía lo que hacía. Me pegaron los profesores, los alumnos, hasta mis padres, mi hermano...
Se comportó con valentía.
Mis padres me ataban a la silla, me cortaban el pelo y mi hermano me inyectaba testosterona. Con 16 años me apuntaron al gimnasio porque querían que me masculinizase como fuese. Incluso sorprendí a mi madre echando algún un producto en la leche. A los 16 años yo tenía una barba y un bigote de un hombre de 40 años.
¿Cómo se encuentra ahora?
Bien, muchísimo más tranquila, me estoy hormonando.
¿Mantiene el contacto con su familia o alguna amiga?
Tengo una amiga, una chica trans que vive una situación muy complicada. Yo le digo que evite salir de día. Aquello es un infierno
.
¿En Navarra eres realmente libre para ser, sentir y amar, tal y como dice el cartel?
Aquí una no se siente amenazada por ser una mujer trans, pero se puede mejorar.
¿Y la aparición de la extrema derecha en Europa?
Da miedo cómo hablan.
¿Qué aficiones tiene?
He empezado a estudiar piano y guitarra, escucho opera, practico tenis, disfruto mucho con la gastronomía, la comida asiática, la colombiana y la árabe, la paella... Me apasiona leer novelas románticas y de aventura.
¿Cuál es su sueño?
Estar tranquila. Tener paz.