La primera vez que Eli Ruiz accedió a jugar con un balón, llevaba puesto un vestido. “Lo hizo para que todos tuvieran claro que era una niña”, explica su madre, Violeta Herrero. Jugaba con muñecas Barbie, le encantaba el brilli brilli . Hasta que transicionó, que significa que con seis años empezó a presentarse como la niña que desde muy pequeña advirtió que era. Con un nombre nuevo ―Eli, de Elián, elegido a propósito por ambiguo― y la ropa que quería. Entonces ya se acercó al resto de juguetes y dejó de recelar de jugar con sus hermanos, dos chicos. “Primero pensé que nos habíamos equivocado con el tránsito. Luego entendí que se sentía libre para jugar con lo que le apetecía”, dice la madre.
Eli Ruiz, que ya tiene 17 años, escucha pop, juega al voleibol y cursa 1º de bachillerato con una nota media de 8. Lleva aros plateados grandes y mechones azules entre su larga melena castaña. Y disfruta saliendo con sus amigas en Fuenlabrada, el municipio de Madrid donde vive. Eli y su madre hablan con EL PAÍS por videollamada. Violeta la mira con arrobo, sentada junto a ella en el salón. Desde que era muy pequeña, le tocó lidiar con sus preguntas, como la que le hizo con cinco añitos: “Mamá, ¿quién se ha equivocado conmigo? ¿Dios, los médicos o la madre naturaleza?”. Cuenta que su hija siempre lo tuvo claro, mientras el mundo a su alrededor, incluida ella misma, intentaba hacerse a la idea. Su marido lo asimiló mejor que ella, que necesitó ir al psicólogo “ante el vértigo y el miedo” a equivocarse con la niña.
La primera psiquiatra que analizó a Eli, que entonces tenía cuatro años, le dijo que era imposible, que no podía ser una niña. Y le pidió que le pusiera límites: “Los niños tienen que aprender a frustrarse desde pequeños, me dijo”, recuerda la madre. Para poder cambiarse el nombre en el DNI ―aún no ha hecho el cambio de sexo en el registro― tuvieron que presentar una decena de documentos. Como un informe de 50 páginas encargado a una psicóloga forense: “Una de las consultas consistía en nombrarla todo el tiempo en masculino, además de analizarnos a su padre y a mí por todos lados, para ver que no habíamos intervenido de ninguna manera para que fuera así”, dice Herrero.
Su familia y amistades saben que es una chica trans, aunque a veces se les olvida. Una de sus amigas le preguntó una vez si ya le había venido la regla. En el instituto, hay gente que no tiene ni idea: “Yo tampoco lo voy contando por la vida”.
Con 11 años y medio, Eli Ruiz empezó a pincharse los bloqueadores hormonales que frenan la pubertad. “Los necesitaba, estaba empezando a subirme la testosterona”, explica. ¿Por qué son tan importantes? ¿qué hubiera pasado si no los tomas? “Me cuesta hasta imaginarlo”, responde. Y por primera vez se pone seria de verdad. “Si una chica cis [cisgénero: persona cuya identidad sexual coincide con el sexo asignado] que sabe que le va a crecer el pecho, le saliese barba, le causaría mucho sufrimiento. En personas trans es igual”. Desde 2017, ella combina una inyección de bloqueadores cada tres meses con los parches de estrógeno, el tratamiento de hormonas cruzadas.
La joven asegura que lo había reflexionado bien antes de dar el paso con la hormonación: “Todos me decían que me lo pensase bien, pero yo lo tenía muy claro”, explica.
Eli Ruiz ha respondido y planteado muchas preguntas, desde muy pequeña. Una de ellas, si iba a poder llevar “un niño en su tripa”. “Le dije que no. Le expliqué cómo era el cuerpo por dentro, se lo enseñé a través de dibujos. Y le expliqué que los podía adoptar. Me respondió: ‘Ah, pues los adopto”. Aquella solución gustó a la niña Eli: “Con siete u ocho años decía: ‘Mamá voy a adoptar un niño y una niña. Al niño, lo llamaré Iker y a la niña, Alicia”.