“La invitación es a amar la diversidad, a reconocer la capacidad que tenemos las personas trans para transformar el mundo, porque somos la señal de que esto puede ser de otra forma. Si somos capaces de transformar algo que muchos creen que no debería ser así (...), también cualquier forma de violencia, discriminación e injusticia se puede transformar
. De verdad, les invito a que nos pensemos lo que significan las vidas de las personas trans”.
Esas fueron las palabras de la activista y defensora de derechos humanos Laura Weinstein en medio de un acto conmemorativo en noviembre pasado por el Día Internacional de la Memoria Trans.
Weinstein fue una de las personas que más trabajó por el reconocimiento de las identidades trans en Colombia.
Lo hizo principalmente desde la Fundación GAAT (Grupo de Acción y Apoyo Trans), organización que dirigió desde 2010 y desde la cual lideró iniciativas sociales, legislativas e institucionales a favor de los derechos de las personas trans, como el voto trans, la política pública LGBT, el apoyo a la infancia trans, el rechazo a los transfeminicidios, entre otras.
La madre Laura, como le llamaban de cariño, falleció el 2 de enero por complicaciones respiratorias no relacionadas con el covid-19
. Llevaba varios días hospitalizada. Ella misma lo compartió en sus redes sociales: “Esto de no poder respirar es algo que nunca le desearía a nadie”.
Su muerte tomó por sorpresa a un país en el cual, según el conteo de La Red Comunitaria Trans, al menos 31 personas trans fueron asesinadas en 2020
y en donde aún falta un largo camino para conseguir la plena igualdad y dignidad de esta población, como tanto insistía Laura.
Ella, historiadora con estudios en Trabajo Social, narró decenas de veces, y en todo tipo de escenarios, las distintas violencias que se ejercen sobre la población trans y las escasas garantías de seguridad con las que cuenta: discriminación en centros de salud, pedradas en las calles, violencia policial, linchamiento social y un extenso etcétera.
En 2017, en una entrevista con Sentiido
, un portal web dedicado a hablar de diversidad sexual y de género, contó que su primera actividad como directora del GAAT consistió en llevar a un grupo de mujeres trans al Museo de Arte del Banco de la República, en Bogotá, a ver ‘Habeas corpus: que tengas [un] cuerpo [para exponer]
’
, una exposición sobre el cuerpo humano.
Laura conocía de cerca la realidad de las trabajadoras sexuales y quería que sus compañeras, como las llamaba, reflexionaran al respecto y salieran de sus rutinas.
Ellas, entusiasmadas, accedieron. Para muchas, de hecho, era la primera visita a un museo. Pero durante el ingreso—le contó Laura a ese portal web—, los detectores de metal empezaron a pitar. Todas se miraban entre sí. Nadie entendía qué pasaba. Les pidieron abrir sus bolsos y el equipo de seguridad encontró variedad de cuchillos y navajas.
Ese día dimensionó a lo que se enfrentaba.
“Ellas no salen sin eso (las armas) para defender sus vidas. Eso nos hizo prender las alarmas. Nos dimos cuenta de la necesidad de comenzar a trabajar en herramientas de denuncia con las que ellas entendieran que no podíamos seguir así”.
Su trabajo era incesante. Uno de sus aportes más recientes fue una victoria trascendental en relación a la política pública para la población LGBT en Colombia
, la cual fue expedida por orden de la Corte Constitucional en 2018, durante el gobierno de Juan Manuel Santos, pero que aún no ha sido implementada por la administración de Iván Duque.
Esta política es clave para que las personas con orientaciones sexuales, identidades y/o expresiones de género diversas obtengan mejores condiciones de vida, así como para prevenir casos de violencia. Laura era consciente de esa importancia, y por eso, a través del GAAT, interpuso una acción de tutela en junio de 2020 en contra del Ministerio del Interior para que se atendiera esa implementación.
Un juez de Bogotá falló a su favor y le ordenó a esa cartera iniciar las gestiones administrativas para expedir el Plan de Acción de la Política Pública Nacional LGBT, así como crear un grupo técnico que se encargue del cumplimiento de las obligaciones. Además, le ordenó elaborar un programa y cronograma de trabajo con fechas claras.
Redes desde la empatía y puentes desde la conciliación
“Ella entendía que sentarse a dialogar con el gobierno requería reconocer que hay límites, limitantes, procesos y temporalidades, pero no negociaba principios ni derechos; negociaba las formas, aceptando sabiamente que Estados y gobiernos tienen formas propias , y lo que la sociedad civil veía como un impedimento, ella lo visualizaba como una posibilidad”, dijo en un comunicado Caribe Afirmativo, otra organización LGBT del país.
Precisamente, en septiembre pasado, Weinstein presentó junto a esa organización y la Misión de Observación Electoral (MOE) una propuesta ante el Consejo Nacional Electoral (CNE) para la construcción de un protocolo que promoviera medidas que garanticen el derecho al voto de las personas trans en igualdad de condiciones y libre de discriminación.
En noviembre, la iniciativa fue acogida en su totalidad, y así Colombia se convirtió en el segundo país en América Latina en aprobar un protocolo de este tipo, después de México
.
"Sus aportes permitieron que avanzáramos como sociedad", resaltó la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Laura, nacida en Bogotá en el seno de una familia de tradición judía, se sobrepuso a la transfobia —el rechazo de cercanos, la negligencia de médicos y psicólogos, el no reconocimiento de su identidad en todo tipo de entornos públicos— y tomó la vocería del movimiento de una población que históricamente ha sido marginada.
Nunca abandonó su liderazgo, ni siquiera en 2017, cuando recibió amenazas de muerte por parte de desconocidos.
De hecho, en esa ocasión, además de denunciar, convirtió lo ocurrido en una oportunidad: se asoció con otras mujeres para escribir una cartilla que hoy ayuda a lideresas a enfrentar amenazas e incidir frente al Estado para conseguir la garantía de su ejercicio político como defensoras de derechos humanos.
Con su laboral, le apostó al trabajo colectivo, a construir redes desde la empatía y puentes desde la conciliación
,
y siempre lo hizo ondeando con orgullo la bandera azul, blanca y rosada, que representa a las identidades trans.
Activistas, organizaciones y colectivos LGBT, distintas entidades y cientos de ciudadanos hoy lamentan su muerte, pero coinciden en que su trabajo fue valioso para las vidas de las personas trans en Colombia. En palabras del GAAT: “Que su legado nos inspire y guíe en la lucha por una sociedad más justa”.
La ‘parcera’ de las personas trans
EL TIEMPO reproduce a continuación un fragmento de 'Derechos en clave trans', una entrevista que William Moreno Hernández le hizo a Laura Weinstein para la antología 'Voces de resistencia. Entrevistas a líderes sociales y activistas', publicada en 2019 como un trabajo de grado.
Hace poco leí una entrevista en la usted dice que, antes de activista, usted es ‘parcera’ de las personas trans,
¿Qué
quiere decir eso?
El GAAT va a cumplir once años trabajando por la reivindicación de los derechos de las personas trans. Yo llevo vinculada más o menos diez, pero hasta hace poco vine a darme cuenta de que lo que yo hacía se reconocía como activismo. Yo empecé en esto porque me di cuenta de que había muchas cosas que eran injustas en las vidas de nosotras las personas trans. Entonces, más allá de la figura de la activista, me gusta decir que soy la parcera porque me gusta sentarme y preguntarles por sus vidas, sus problemas, sus familias y, sobre todo, por sus sueños.
El proyecto más reciente del GAAT es trabajar con familias de niños y niñas trans, ¿por qué?
Fue una apuesta más personal, una reivindicación para decir que los niños y las niñas trans sí existen y que todas las personas trans merecen familias que las amen. Para mí no fue fácil la infancia. Fue una época llena de dificultades, de mucha soledad. Ningún niño ni ninguna niña deben pasar por lo mismo que yo viví, entonces creí que había una deuda histórica con ese ‘niño’ que fue discriminado. Ese ‘niño’ que no solo es mi experiencia de vida sino seguramente la de muchas otras personas. Necesitamos, entonces, involucrar a las familias porque cuando una persona trans logra que su familia la acompañe en este proceso, que reconozca su tránsito y le brinden apoyo, su vida es otra; tiene el 90 por ciento de su vida asegurada porque no va a caer en entornos de violencia y criminalización.
¿En qué consiste ese trabajo con las familias?
Nosotros tenemos varios programas institucionales de encuentro y formación. Uno de ellos es el Grupo de Apoyo, en el que acompañamos los tránsitos y el proceso identitario de mujeres y hombres trans, pero también a las personas que las rodean, como familiares, amigos e incluso parejas. Por lo general, nos reunimos una vez cada semana. Tenemos un grupo para adultos y otro para niños y niñas trans y sus papás. Hacemos acompañamiento, construimos redes de solidaridad y compartimos vivencias que nos atraviesan cotidianamente.
¿Qué otras líneas de trabajo tiene la fundación?
Tenemos la ‘Patrulla Trans’, que se encarga de atender casos de violaciones de derechos humanos. Entonces, hacemos seguimiento a casos de asesinatos, desplazamientos forzados, golpizas, expulsiones de colegios y de trabajos y todo tipo de barreras al momento de acceder al sistema de salud o para cambiar documentación. El problema es que a la fundación siempre llegan casos, pero no hay recursos para enfrentarlos.
Ahora nos interesa también capacitar y concientizar a las personas trans sobre sus derechos y empoderarlas, entonces hemos organizado talleres para resolver dudas o atender reclamos relacionados con sus derechos y ahí les mostramos opciones para mejorar su calidad de vida. Ese proyecto se llama ‘Cinco derechos en clave trans’ y nació en 2016.
¿Y por qué ‘cinco derechos’?
Por los cinco derechos que consideramos más vulnerados en la comunidad trans: movilidad, educación, trabajo, vivienda y salud.
Las cifras de violencia en contra de la población LGBT en general son alarmantes, pero las personas trans son especialmente vulnerables. ¿Por qué?
Aquí primero habría que decir que hay un problema inicial y es que se acostumbra a meternos a todas las personas LGBT en una misma bolsa, ignorando que cada grupo poblacional tiene unas necesidades específicas. En el caso de las personas trans, todo parte de una falta de reconocimiento. Si tú eres una persona homosexual o bisexual ni siquiera tienes que decirlo. Las personas trans, en cambio, vivimos en un partido que nos jugamos todos los días de nuestras vidas porque tenemos que ir por todos lados explicando quiénes somos, y encima de todo reafirmarlo. Eso es muy violento y puede llegar a generar discriminación.
También es cierto que muchas personas trans están inmersas en entornos violentos y de alta criminalización como la prostitución, entonces son más vulnerables a ataques por ser quienes son, por su identidad.
¿Y por qué llegan a esos entornos de alta criminalización?
La gran mayoría de las personas trans no tiene un trabajo formal. Eso, sumado a la falta de educación –que también ocurre por la discriminación–, lleva a que muchas, sobre todo las mujeres, acaben en entornos laborales que son absolutamente precarios y muy criminalizados. No es que ellas quieran estar en esos lugares sino que es lo que hay, y tenemos que sobrevivir con eso. En el GAAT hemos calculado que cerca del 70 por ciento de las mujeres trans y el 50 por ciento de los hombres trans encuentran en el servicio sexual su principal actividad profesional.
El informe más reciente de Colombia Diversa sobre estos casos señala que los crímenes en contra de personas trans tienden a ser “justificados” por los atacantes, incluso por las mismas autoridades, porque se cree que las víctimas se dedicaban a robar o estaban vinculadas a redes de microtráfico.
Claro, hay una violación en el proceso de las diligencias porque, de entrada, se asume que las personas trans son delincuentes. Eso genera un estereotipo que limita el acceso a la justicia en casos de violaciones de derechos humanos. Pero además esa estigmatización es estructural. La gente tiene unos imaginarios incorrectos sobre la realidad de las personas trans. Nos ven como personas peligrosas, escandalosas, conflictivas, como personas con las que hay que tener cuidado. Por eso, cada espacio que logramos conquistar es un logro. Pero no es fácil. Muchas personas nos siguen viendo como si fuéramos un mito, negando que somos toda una realidad, que existimos.
Sobre el acceso a trabajo hay un marco jurídico. La Corte Constitucional, por ejemplo, se pronunció en 2007 sobre la discriminación de personas trans en ese ámbito. ¿Qué ocurre en ese caso?
Analicemos cuántas personas trans hay en Colombia en cargos decisorios de empresas o entidades. Ninguna. En la discriminación laboral ocurre algo particular y es que no solo se trata de que se ofrezca trabajo a las personas trans sino que, cuando tenemos acceso, nos obligan a trabajar más por ser personas trans. De alguna manera, nos obligan a demostrar que somos “buenos trabajadores” a pesar de lo que somos. A mí me pasó cuando trabajé en la institucionalidad. En algún momento me dijeron que yo era “una acción afirmativa”, pero me di cuenta de que mis compañeros y compañeras ganaban más que yo, aun cuando yo trabaja igual o más que muchos de ellos. Esos espacios siguen siendo violentos. No estamos en igualdad.
Otro ámbito en el que se manifiesta con mucha frecuencia la discriminación hacia las
personas trans es la salud,
¿Qué
pasa ahí?
El sistema de salud todavía no entiende las construcciones identitarias de las personas trans, entonces a veces es muy complejo. Muchas veces somos nosotras y nosotros quienes tenemos que decirle al médico qué se podría hacer porque ellos no tienen ni la mínima idea. Pero este problema va mucho más allá. El acceso a la salud es muy complicado para las personas trans porque a veces ni siquiera hay una forma de obtener una afiliación en salud.
Muchas veces las personas trans no tienen un documento que se ajuste a su identidad. Y no tienen ese documento por distintas razones, porque decidieron no sacarlo o porque, al perderlo, decidieron no lidiar de nuevo con el proceso, en fin. El problema es que para acceder al sistema de salud necesitas ese documento –la cédula–, que para cualquiera puede ser lo más común del mundo pero para las personas trans es todo un proceso.
Y ahí no termina la historia. Para acceder a salud, tenemos que estar afiliadas, pero también tenemos que encontrarnos al vigilante en la puerta, anunciarnos con la recepcionista y enfrentar un trato inapropiado por parte del médico en el consultorio. En todos esos espacios, por lo general, no se reconoce nuestra identidad, entonces te tratan como hombre si eres mujer trans y viceversa. Es un sistema que continuamente es violento.
¿Esas ‘trabas’ en el acceso a la salud ocurren únicamente cuando se quiere adelantar la transición o también se manifiestan en procedimientos comunes?
Ocurren todo el tiempo. Ahora mismo, por ejemplo, yo tengo cáncer —que esa es otra reivindicación por la que hoy trabajo— y me he sentido discriminada varias veces por ser una mujer trans. Me preguntan que qué soy, que por qué y, de hecho, cuando comencé a enfermarme, lo primero que me dijo el médico, sin haberme examinado, es que seguramente se trataba de una enfermedad venérea. La discriminación y la violencia son constantes. Este sistema de salud es perverso.
En informes sobre violencia hacia población LGBT se suele advertir sobe el número de casos que son cometidos por parte de integrantes de la fuerza pública. ¿Es la fuerza pública un actor discriminador?
Ahí pasa algo paradójico y es que, a pesar de que el nuevo Código de Policía incluye sanciones por discriminación hacia personas LGBT, son los mismos miembros de la Policía quienes violentan nuestros derechos. En el caso de las personas trans, las agresiones se producen en las zonas de trabajo sexual, que, como te digo, son lugares criminalizados.
En estos casos, lo que hay que hacer es comenzar a humanizar a los miembros de la Policía porque sensibilizar ya no funciona. El abuso policial es un problema que las personas trans enfrentamos a diario, pero nos quedamos en la charla, en el taller. No, hay que ir más allá y decir: ‘Venga, señor Policía, y nos sentamos a conversar sobre nuestras realidades y lo que tenemos que soportar a diario’. Por ahí empieza la transformación.
En las cifras de discriminación hacia personas trans llama la atención que las mujeres son más vulnerables. ¿Por qué?
Sí, la verdad es que las realidades de los hombres trans y las mujeres trans son completamente diferentes. Las mujeres trans somos más visibles y, aparte, los estereotipos que se nos imponen con relación a la feminidad son más fuertes. Un chico trans tiene una transición que muchas veces ni siquiera se nota, mientras que a las mujeres, ya sea por su contextura u otras cuestiones, se nos nota más, y ahí empieza la discriminación. Es más, uno podría hablar de una ‘doble discriminación’: una por ser mujer y otra por ser mujer trans.
A propósito de esa ‘doble discriminación’, hace unos meses, por primera vez en la historia, se tipificó el homicidio de una mujer trans como feminicidio. ¿Cómo recibieron ustedes esa decisión?
Ese fallo es histórico y muy importante porque, por primera vez, somos reconocidas como mujeres. Sin embargo, no creemos que sea prudente regularizar como feminicidio sino se va a quedar ahí, en feminicidio. Es decir, nuestra preocupación es que los asesinatos de mujeres trans sumen a las estadísticas de feminicidio sin la claridad de que fueron cometidos contra una mujer trans. En nuestro caso, los asesinatos no solo son por el hecho de ser mujer sino también por nuestras construcciones identitarias. En ese campo sí creemos que le hace falta mucho al sistema judicial.
¿Y las mujeres trans no encuentran garantías en el sistema judicial?
No, por lo general, cuando vas a ir a denunciar te preguntan si estás diciendo la verdad. Sin contar que todos los casos quedan en la impunidad. Yo, por ejemplo, recibí amenazas por mi trabajo en el GAAT. Cuando me acerqué a denunciar, me preguntaban que si estaba segura de que no había sido uno de mis novios, que si no se trata de alguien que yo conocía o que si de verdad yo estaba segura de que se trataba de una amenaza. Entonces, nos ignoran o no nos creen. Incluso, a la fundación han llegado casos de mujeres trans a quienes, al momento de intentar presentar una denuncia, les piden el documento para indagar primero si tienen antecedentes o denuncias en su contra, reforzando esa idea de que somos peligrosas.
¿Quién la amenazó?
No sabemos. Me amenazaron a mí y a varios integrantes del GAAT, pero la investigación no avanzó. Se quedó en etapa preliminar. Son amenazas por ser personas LGBT y trabajar por esto.
En los últimos años, las personas trans han ganado
visibilidad
en los medios de comunicación. ¿Cómo cree que los medios están hablando sobre las personas trans?
De un tiempo para acá hemos tenido unos avances importantes porque se habla de las personas trans, sí, pero muchas veces, creo, no se hace de la manera adecuada. Muchos comunicadores no están formados para hablar. No se trata solamente de querer hablar de estos temas sino hacerlo de manera asertiva. Cuando se informa, creo yo, debe hacerse siempre con respeto y conocimiento. De lo contrario, se está desinformando. Entonces, ahí es cuando propongo unir fuerzas: ¿por qué no unimos el conocimiento que yo tengo sobre este tema con sus habilidades para informar? Eso ayudaría muchísimo a cambiar los imaginarios sociales acerca de las personas trans.
La Fundación GAAT abrió una iniciativa digital con el fin de recaudar fondos que serán destinados a una despedida a Laura Weinstein. " Hoy todas las personas que recibimos sus enseñanzas y su amor nos unimos para darle una despedida digna. Luchadora y guerrera incansable hasta el fin de sus días", manifestaron.
WILLIAM MORENO HERNÁNDEZ
Periodista de ELTIEMPO.COM
En Twitter: @ williammoher