Anohni es una de las mejores artistas del siglo XXI. Algunos la conocerán por haber sido voz de Hercules and Love Affair en el hit “Blind”. Otros la conocerán porque ha colaborado también con artistas como Björk, Yoko Onno o Lou Reed. Y otros poquitos la conocerán por el poder de sus canciones y lucha social.
Anohni es una artista visible y políticamente trans, y puede que esto tenga que ver con el porqué no ha alcanzado el nivel de popularidad de otras artistas trans, cuando sus canciones son algunas de las más hermosas que podrán escuchar y llorar. Seguramente su ausencia de cispassing -el cual no necesita para ser valorada- no le ha ayudado. Anohni ha desafiado de manera intencional estas normas estéticas y de género, utilizando su arte para visibilizar y explorar temas de identidad, género, vulnerabilidad y no conformidad con las normas sociales. Este desafío no es el único. También ha sido muy crítica políticamente, luchando contra conflictos bélicos, el cristianismo, el cambio climático y criticando a figuras como Obama.
Su carrera es un largo homenaje a personas trans y una lucha contra la desigualdad, la transfobia y el racismo. A través de su música y artivismo, Anohni ha sido una defensora firme en la lucha contra la opresión racial, utilizando su plataforma para cuestionar las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad. Prueba de ello fue la portada de su anterior disco “My back was a bridge for you to cross”, a quién dedicó a Marsha P. Johnson, activista que luchó por las personas LGTB+, personas afrodescendientes y VIH+, entre otros, en los disturbios de Stonewall. También el nombre de su banda es un homenaje a la activista que inició las marchas del Orgullo LGTB+ que hoy conocemos.
Todo esto puede que, lejos de causar simpatía y admiración, haya generado rechazo dentro de un público adiestrado únicamente para el pop, la diversión e incluso la sexualización de los cuerpos. Todas estas características no son malas por sí solas. Sin embargo, cuando se minimiza y disminuyen colectivos a códigos tan estrictos y de escasa diversidad cultural, después aparece una artista rompiendo toda esta hegemonía y es difícil aceptar y entender en el imaginario de muchas personas que otros tipos de mujeres y artistas LGTB+ son posibles.
Por su discurso, Anohni no gusta a mucho público cishetero, blanco o perteneciente a cualquier otra mayoría social, porque hace cuestionarse y reflexionar. Por su música, Anohni no atrapa a personas LGTB+, porque su apariencia, su estética y su música no es la que las etiquetas sociales le dicen que ha de tener una artista LGTB+. Su público potencial podría esperar de una artista de su letra del colectivo el uso de taconazos, escotes que despistaran de su mensaje, pelazo hasta el ombligo y canciones que hablaran de lo perra que es y de lo “empoderada” que está. Y no, esto no está mal, esto es válido y necesario, pero el problema está en percibirlo como la única posibilidad y la reducción de ser mujer o artista LGTB+ a una única categoría.
Esto puede esconder en la mayoría de la gente una transfobia interiorizada que no les permite consumir propuestas artísticas o culturales desde un filtro que no sea el del espectáculo y la diversión. La exposición de la mayoría de personas trans es únicamente para divertirnos, no para escucharles, no para saber qué tienen qué decir, no para conocer sus experiencias alejadas del morbo. Y Anohni rompe estas reglas y pocos quieren entrar en su juego. Todo esto la convierte en una artista compleja. Ella genera ruido en espacios donde la gente solo quiere silencios o silencios donde la gente quiere ocultarlos con ruido, y a muchos esta sorpresa les incomoda.
Con todo ello, Anohni llegó a la Ciudad de México a ofrecer un precioso concierto y se encontró un aforo que intuimos que estaba por debajo del 50%. El hecho de que la celebración del show fuera en martes tampoco ayudó mucho. Minutos antes del concierto, las entradas estaban siendo prácticamente regaladas, con el fin de llenar butacas del hermoso teatro Metropólitan. A pesar de ello, Anohni enamoró e hizo reflexionar con sus eternos pero agradecidos cuestionamientos y posicionamientos sociales durante casi dos horas y media de concierto.
Como un ángel caído del cielo se plantó en el escenario vestida de blanco y con una claridad impoluta que pronto se tatuaría con la bandera trans, gracias a los focos rosas y azules que sobre ella se deslizaban. Anohni disfruta de una impecable trayectoria de grandes canciones como demostraron sobre el escenario “You are my sister”, “Hope There`s Someone”, “It must change”, “Hopelessness” o “Drone Bomb me”. También cabe destacar la sutileza, sensibilidad y magia de la banda, exquisita y sobresaliente del minuto uno al más de 120.
Como bien dijo la propia Anohni: ella no es una mujer común, pero sí es una mujer valiosa. Sus canciones igual. Su performance, su forma de moverse sobre el escenario atrapan al público y le embrujan con cada movimiento que sus manos hacen sobre el aire. Sus extremidades se convierten en un instrumento más de las canciones, despegando a algunos los pies del suelo y a otros las lágrimas de los ojos.
Anohni consigue algo muy difícil: no es necesario entender las canciones o saber inglés, porque su interpretación y su voz hacen el trabajo de emocionar por sí solas. Y no solo eso: por la historia y experiencia con la que reciba el público una canción determinada puede ser fácil conmover y elevar el vello, pero conseguir mantenerlo en alto durante todo el concierto es algo digno de muy pocas y Anohni lo consigue.
¡Larga vida a Anohni y larga vida a las artistas valientes que se posicionan política y socialmente y rompen moldes!
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